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Cuentos de Borikén

Cuentos del 2014:

La chiringuera

publicado el 12 de junio de 2014

La juguetería artesanal tenía de todo: trompos de caoba indestructible, canicas con interior personalizado, gallitos de algarrobas cultivadas especialmente para el juego, cuicas que creaban efectos visuales, tizas que para el mucho malestar de les adultes no había cómo borrarlas, caballitos de madera con un mecanismo que movía sus cabezas y rabos como si galoparan, entre otras cosas que había que ver para creer y ser genio para entender. Todo hecho a mano, con una destreza que hacía que hasta le cliente más tacañe admitiera que valían el precio marcado. Más que reputación, Guadiana, la artesana y dueña de la juguetería, tenía un arcano aire de imposibilidad. Les que la veían trabajar lamentaban que con tanto talento se dedicara a juguetes y a la vez se aliviaban que no inventara instrumentos de guerra o hechizos que desarticularan la estructura del cosmos.

Guadiana era una cabezuda con ojos que constantemente medían el mundo para derivar la matemática que ocultaba. Sus dedos callosos, la espalda encorvada, y el pelo maltratado por las horas de trabajo manual no escondían una peculiar belleza que pudo haberse dado en otro oficio. Las personas del saber habían aprendido a evitarla, les era imposible determinar si hablaban con alguien mal de la mente o con un ser superior. Por otro lado, se entendía bien con quienes no deseaban saber cómo funcionaba esto o aquello y preferían admirar la rareza de los juguetes.

La chiringuera

Lo único que no se conseguía en la juguetería eran chiringas, lo cual era peculiar para un pueblo costero como Anones que cada año celebraba un festival dedicado al juguete volador. Cuando clientes preguntaban por qué no tenía ninguna, Guadiana respondía como si nada que las chiringas se podían comprar en todos lados, que para qué dedicarse a algo tan ordinario. Por más que le dijeran que las suyas serían las mejores de todo el pueblo y hasta Borikén, Guadiana no mostraba interés y con sutileza les guiaba a sus muchos otros increíbles productos.

Don Rosario de la Guajataca y la feria de artesanías

publicado el 9 de abril de 2014

En un lugar de Guajataca del cual no me motivo acordarme vivía un cabezudo que pasó demasiado tiempo en la biblioteca familiar. Su padre, siguiendo la tradición familiar, era un soldado de oficio que sólo servía para tergiversar nacionalismos a mejor conveniencia profesional. Su madre, siguiendo la tradición familiar, era una profesora de humanidades que sólo servía para tergiversar ideas a mejor conveniencia profesional.

Y así del poco dormir y el mucho leer de los delirios de megalomanía de les militares y las necesidades de relevancia de les académiques se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Les cabezudes decían que se había vuelto cuerdo y les humanes que aún seguía demasiado cabezudo, pero al menos más tolerable que el resto de su raza. Mal inspirado por su formación, Rosario se convirtió en diplomático andante, lo cual no es otra cosa que un caballero andante que ha aceptado que tiene que vivir de algo. Acompañado de Cubuy, una coquí que le servía de escudera y escribana, el cabezudo divagaba Borikén haciendo bien con demasiado déficit de atención para mirar a quién.

Don Rosario se puso estático cuando el anciano le pidió que fuera a una feria de artesanías en territorio coquí. Le encanta el arte. En los museos Rosario saltaba de una obra a la otra para después volver a las que ya había visto. Tenían que sacarlo a las malas y se negaban a darle pases anuales. Él no sabía nada del arte coquí, así que la idea del anciano le pareció la mejor del mundo. No le preocupó que el viejo llevara una misteriosa capucha púrpura, un arete dorado en la nariz, y hablara en acertijos octosilábicos. Desafortunadamente, no consideró la diferencia entre arte y artesanía. Cada obra de arte, por definición es única. Le artista busca crear cosas originales. Le artesane, por otro lado, perfecciona la elaboración de un número limitado de creaciones, ya sean santes, paisajes típicos, prendas, ropitas para bebes, o cualquier otra ocurrencia.

Les cabezudes viven de la novedad y la repetición les desespera. Después de ver ocho mesas a Rosario estaba convencido que lo había visto todo. Estaba cansado de ver lo mismo una y otra y otra vez. Lo más que le enfurecía era que el resto de las personas andaban felices, disfrutando todo lo que estaba pasando. Sobrevivir el día prometía ser un calvario. Seguía a Cubuy con las manos en los bolsillos para controlar el impulso de tocarlo todo, su más primitivo remedio para el tedio. Ya había recibido varias malas miradas y una guardia lo estaba velando.

Cuentos del 2013:

El día de les lechones

publicado el 23 de diciembre de 2013

Una vez al año, les niñes de Borikén llenan cajas de zapatos con especias y las ponen al pie de la cama. Dice la tradición que ese día la gran cazador, una imponente y eterna figura, se levanta con el amanecer para cazar al gran lechón, una poderosa bestia divina que nació con la primera estrella que brilló en el firmamento. En la noche, en lo que el místico animal se desangra por el clavo en la frente y otro en el corazón, la gran cazador visita a les niñes mientras duermen en busca de los condimentos que usará para sazonar su banquete. Como agradecimiento deja regalos basándose en qué tan bien se comportaron ese año.

El día del lechón, que en realidad dura varias semanas, es la festividad más importante de Borikén, celebrando la familia, la hermandad y la buena voluntad de todes les borikenses. En adición a los regalos se hacen enormes fiestas en donde se consume una obscena cantidad de lechones.

Aunque les adultes insisten que el buen comportamiento es el único criterio, les niñes no se tragan ese cuento, sospechan que debe existir otra manera de mejorar los regalos. Algunes llenan la caja con más condimentos de lo que los padres preferirían recoger en la madrugada. Otres dejan ensaladas de papas, coditos, guineos al escabeche, flanes, y otros acompañamientos que los padres y las madres a malagana tuvieron que preparar. La lógica es simple: mientras mejor sea mi contribución mejor será mi regalo.

Ceiba era una de estes niñes llevado al extremo. Estuvo todo el año ahorrando su mesada y cosechando en el patio de su casa, y una semana antes de la gran noche dibujó botas en una caja de estufa. El plan era elaborado y secreto, ni su papá ni su mamá sabían qué se traía entre manos la pequeña de nueve años. Aunque les preocupaba la obsesión de su hija, se sentían satisfeches con saber que pasaba su tiempo leyendo libros, afuera tomando sol, y en el garaje aprendiendo de ciencias e ingeniería. Alguien con esos pasatiempos estaba aprovechando su tiempo.

Ojos de arena

publicado el 3 de diciembre de 2013

A lo lejos veo maleza. Ignoro si sigue, estuvo, o estará ahí. También veo un poblado, mismo problema. Las residencias están intercaladas con los árboles, como dos transparencias una encima de la otra. Es el primer lugar que encuentro que posiblemente tenga vida. Me limpio la mugre y el sudor en mi rostro, me enderezo lo mejor que puedo con el dolor que cargo, y camino.

Ojos de arena

Nunca sé cuántos cuándos veo, mis sentidos perciben múltiples espacios temporales a la misma vez. En mis mejores días, son dos, el presente y algún otro. Me gustaría tener más de esos. Sólo sé lo que es real cuando lo toco, el tacto es el único sentido limitado al ahora. Aunque a veces pienso que sería interesante interactuar con otras eras, estoy mejor sin poder hacerlo. No tengo ningún control sobre mi condición y sería lamentable morir por una flecha disparada hace un milenio.

Mi infancia no fue nada especial. Cuando entré en años mi padre y mi madre notaron que mi comportamiento era peculiar y estaba teniendo problemas socializando. Demasiades amigues imaginaries, dijeron. Sin entender de qué hablaban, me llevaron a especialistas. Doctores me diagnosticaron como mal de la mente y me dieron medicamentos que recuerdo enmudecieron mi alma. Cartomantes y hechiceres admiraron que tenía el don de ver espíritus y quisieron ser mis maestres. Científiques concluyeron que mis ojos violaban las leyes del tiempo y del espacio y desearon quitármelos. El obispo neo panteonista de mi pueblo me recomendó la hoguera y la obispa demagoga me amenazó con una estaca de madera.

La doctorcita

publicado el 8 de octubre de 2013

La doctorcita, muches ignoran su nombre y ella no insiste en darlo, es parte visible e intangible de Sumidero. Circulan un sinnúmero de rumores que aspiran a explicar qué hace en el pueblo y la imaginación popular no es benigna. Se está escondiendo de las autoridades porque asesinó toda su familia, como soldado hizo tanto daño que se recluyó en un pueblo remoto, pasó veinte años en un instituto mental y como no conseguía trabajo, vino aquí. Que las historias tiendan a lo morboso sólo sirve para inclinar al pueblo a creerlas.

Viste de blanco elegante, con zapatos lustrados, y el pelo engrasado hacia atrás. En las ocasiones que llueve anda con una enorme sombrilla negra. Aunque siempre lleva lo mismo, sus ropas no muestran ninguna señal de desgaste. Su rutina es bien conocida, desayuna en los cafetines locales y almuerza en la plaza, siempre a la hora de mayor bullicio. Se sienta en un banco a la sombra del árbol más triste y saca su comida y un libro. A sus alrededores la gente vive su día a día. Niñes que cortaron clases combaten sus trompos y juran que el otre está haciendo trampa. Ancianes juegan dómino en una mesa de concreto con un silencio que refleja su intensa concentración. En la tarima empleades de gobierno limpian por tercera vez este mes el graffiti de les adolescentes. Una madre descansa con su hija preguntándose cómo va a llegar a su casa con todas las chucherías que compró. Durante todo esto la doctorcita no levanta la vista de su libro, su rostro impasible, como si estuviera ajena a todo. Una hora más tarde apenas ha leído seis páginas.

La doctorcita

Cena donde haya música, lectura de poesía, competencia de pelota, o cualquier otro evento público. Acostumbra sentarse en la esquina, donde no molesta y puede apreciarlo todo. No se pierde ninguna de las fiestas del pueblo y se hace presente hasta en los eventos de la escuela elemental. Eso sí, nunca se le ve acompañada. Nadie habla con ella. No tienen qué decirse, vienen de diferentes mundos, es como si hablaran diferentes lenguas.

Don Rosario de la Guajataca y la carey desaparecida

publicado el 23 de julio de 2013

En un lugar de Guajataca del cual no me motivo acordarme vivía un cabezudo que pasó demasiado tiempo en la biblioteca familiar. Su padre, siguiendo la tradición familiar, era un soldado de oficio que sólo servía para tergiversar nacionalismos a mejor conveniencia profesional. Su madre, siguiendo la tradición familiar, era una profesora de humanidades que sólo servía para tergiversar ideas a mejor conveniencia profesional.

Y así del poco dormir y el mucho leer de los delirios de megalomanía de les militares y las necesidades de relevancia de les académiques se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Les cabezudes decían que se había vuelto cuerdo y les humanes que aún seguía demasiado cabezudo, pero al menos más tolerable que el resto de su raza. Mal inspirado por su formación, Rosario se convirtió en diplomático andante, lo cual no es otra cosa que un caballero andante que ha aceptado que tiene que vivir de algo. Acompañado de Cubuy, una coquí que le servía de escudera y escribana, el cabezudo divagaba Borikén haciendo bien con demasiado déficit de atención para mirar a quién.

El dúo andaba a hurtadillas. Rosario estaba armado con espada y escudo, armamento requerido para situaciones como éstas. También llevaba pantalones cortos, bloqueador solar, y una toalla sobre sus hombros, atuendo indispensable cuando se estaba en la playa. Como siempre, Cubuy llevaba a cuestas su librero y cuadernos en donde apuntaba lo sucedido para futura referencia. A sugerencia de Rosario, también trajo una palita y un balde para castillos de arena por si les daba tiempo.

Don Rosario de la Guajataca

La última noche de la Mesías

publicado el 25 de junio de 2013

Al final de un extenuante día de ordenar millones de vidas entró a su habitación en la inmaculada torre de Miraflores. Nadie la esperaba bajo las sábanas, había informado a la oficina de recursos carnales que pasaría la noche con sus pensamientos, pero que tuvieran listes a une o dos en la mañana por si era necesario. La recámara parecía extenderse hacia el infinito. Eran treinta y cuatro pasos para ir de la puerta a su cama. Otros veintitrés de la cama al armario. Era el único lugar digno para alguien como ella.

La última noche de la Mesías

Colocó sus brazales y sombrero de paja sobre el escritorio, un mueble sencillo, sin esa ostentación que se esperaría de su rango. Apreciaba el rústico escritorio y silla de madera. Sólo lo usaba para poner sus prendas al final del día, pero eso no le restaba nada, el gesto de poseerlo valía mucho. Simbolizaba que ella era una persona al igual que todas las otras personas de Borikén.

Había logrado mucho en sus veinticinco años de vida. Como la hija menor de humildes hacendados que le proveían leche a medio virreinato no se esperaba mucho de ella. Limaní, como era conocida en los viejos días, tan distante y extraño ese nombre ahora, no podía competir con sus hermanas. La mayor fue sacrificada a los trece y la del medio desde pequeña demostró poseer el genio empresarial de su madre. Limaní tenía dos opciones para destacarse, o volverse devota a su religión con la esperanza de ser obispa de algún municipio o aprovechar su fortuna para llevar una pública vida de placeres y lujurias.

Cuentos del 2012:

El día del lechón

publicado el 23 de diciempre de 2012

–Dime qué quieres que te regale –preguntó Barinas, arruinándole las próximas semanas.

La celebración más importante de Borikén es el día del lechón. Dice la tradición que una vez al año la gran cazador, una imponente y eterna figura, se levanta con el amanecer y pasa todo el día cazando al gran lechón, una poderosa bestia divina que nació con la primera estrella que brilló en el firmamento. Durante la noche, mientras el lechón se desangra por el clavo en la frente y el otro en el corazón, la gran cazador visita a les niñes y les lleva regalos mientras duermen. A cambio, les niñes le dejan en una caja de zapatos al pie de la cama cebollas, cilantro, tomates, salsas, limones, carbón, leña, o cualquier otra cosa que piensen le hará falta para cocinar el lechón más delicioso del mundo. Al siguiente amanecer, usando los condimentos obtenidos, la gran cazador asa la bestia en el corazón de un volcán.

–Si tú me dices yo te digo –añadió como incentivo.

La buena voluntad y caridad del ser místico que era sólo un cuento para que les niñes se comportaran se había propagado al mundo de les adultes y éstes también intercambiaban regalos como señal de afecto, hermandad, obligación, tolerancia, o diplomacia. Esta tradición era acompañada por fiestas que celebraban el eventual gran día, fiestas en honor al gran día, y fiestas que se alegraban de lo bueno que había sido el gran día. Y en cada uno de estos eventos alguien cocinaba un lechón a la vara en el patio trasero para festejar el banquete que se iba a dar, se estaba dando, o se dio, la gran cazador.

El temporal

publicado el 3 de diciempre de 2012

–Eso no viene, eso no viene –aseguraron las masas, usando la repetición como evidencia–. La gente siempre mucho susto mucha preparación y nunca pasa nada.

No podían ser culpades. Aunque vientos capaces de destruir casas y arrancar árboles y lluvias que no sólo desbordaban ríos sino que se los inventaban no eran cosas de juegos, por lo general no eran causa de mucha preocupación. A pesar de las alertas de les líderes, clarividentes, y científiques, pasaban años sin que uno de esos fenómenos naturales pasara por la tierra y décadas entre los que causaban serios estragos. La población en general estaba acostumbrada a falsas alarmas. Era lo cómodo.

Cejas era del tipo que prefería ignorar los avisos y evitar estreses innecesarios. Metió sus dedos curtidos en el sándwich, sacó los tomates y los pepinillos, y los tiró al suelo. El dichoso dueño del cafetín siempre hacía mal las órdenes. ¿Qué tan difícil podía ser? Un medianoche, extra mayonesa, no tomates, no pepinillos. Cejas no estaba segura si era por sordo o si por un paternal yo sé lo que te conviene más que tú misma. Ignoró las páginas del periódico que hablaban de la amenaza y se detuvo en la sección de religiosería. Tomó un mordisco de su almuerzo y se divirtió leyendo que el senador neo panteonista había sido descubierto en un motel con una cabra.

Una bandada de palomas alzó el vuelo. Las buscó con la mirada, pero el enorme árbol de mangó, parte central de la plaza y símbolo del pueblo, le tapaba la vista. El escándalo de su aleteo bastó para descifrar que se dirigían a las montañas. Observó el cielo con detenimiento. Algo no cuadraba bien. El débil eco de un recuerdo olvidado hizo que se quitara las botas. Tenía medias rojas. Un estúpido regalo que recibió hace años. Sólo se las puso hoy porque no tenía nada limpio. Envolvió el sándwich, puso uno de los frutos caídos en su mochila, y corrió a su trabajo.

La vigía

publicado el 6 de octubre de 2012
a Victor Rojas, el guardián de la bahía de Arecibo

Abre el cacharro y derrama un puñado de habichuelas secas sobre el techo. Se arrodilla y con una ojeada estima dieciocho. Meticulosamente las cuenta una a una. Dieciocho. Las recoge y lanza un puñado más grande. Treinta y dos. Vuelve a contar. Treinta y dos. Estira los músculos y corre en su sitio. Hace abdominales, levanta rocas, medita, vuelve a estirarse. No puede dejar que su cuerpo ni su mente flaqueen. Terminado el ejercicio diario corrobora pieza por pieza que su ala delta está en buenas condiciones. Se dirige al telescopio y revisa las condiciones del mar. A tipo de reflejo mete la mano en el mugriento overol y se rasca el muslo. Lleva un dedo al ombligo y lo limpia. El horizonte está tranquilo y sin embarcaciones.

Como todos los miércoles, visita la oficina del puerto para solicitar una copia de los documentos de la semana. Es de suma importancia estar al tanto de las agendas de llegadas y partidas para preparar sus materiales y saber cuándo hará falta. Les empleades la tratan con el usual desinterés y le dicen que no, que son documentos confidenciales. Se retira sin insistir. Sus violentas discusiones con la oficina han resultado en demasiados días en prisión. Días que no pudo estar velando. La última vez que hizo un escándalo público le dijeron que una más y la internaban de por vida. Eso la calmó. Ahora se limita a pedir los papeles con cortesía y sus últimas palabras siempre son un vendré la semana que viene que resuena con la incriminación de que si algo pasa elles lamentarán no haber cooperado con ella.

Sal y piedra

publicado el 28 de junio de 2012

Que a mí no me vengan con cuentos de hadas. Una cree en ellos cuando es pequeña, crece, aprende que son embustes y se desilusiona. Después cuando grande, si resultan verdad se jode el cerebro y una acaba peor. No hay como ganar.

En la costa hay una roca del tamaño y forma de una persona. A veces está en un cerro, otras veces las olas le dan. Depende. No importa. Es lo mismo. Como iba, hace muchos años alguien despidió a su amante, quien se iba en barco a quién sabe qué demonies. A la guerra, a buscar trabajo, a una aventura, a encontrarse a sí misme, o huyendo de algo. Siempre es una excusa monga. Por supuesto, la persona que se quedó juró que esperaría, siempre lo hacen. La gente es pendeja. Fiel como nadie, espera y que te espera. Tanto estuvo ahí mirando el mar que les dioses, admirando su fidelidad, tuvieron compasión y le convirtieron en piedra. Se queda así por toda la eternidad, mirando el mar, esperando. Colorín colorado y este cuento se ha acabado.

Romántico, triste, mágico, tierno. Ese cuento existe en todos lados. Hay una piedra protuberancia en las aguas y rápido le achacan la leyenda. Si la piedra es pequeña, es mascota en vez de amante. Nadie se lo cree, claro. No es que seamos idiotas. Son cosas que una cuenta para entretener a les niñes. Incluso aquí teníamos nuestra propia versión. La piedra estaba en el peñón que se ve desde el la playa.

Ahora, imagínate el susto que se llevó el pueblo el día un barco trajo a un hombre buscando a su amada.

Derechos reservados: Julio A. Pérez Centeno
Última modificación: 2016