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La última noche de la Mesías

publicado el 25 de junio de 2013

Al final de un extenuante día de ordenar millones de vidas entró a su habitación en la inmaculada torre de Miraflores. Nadie la esperaba bajo las sábanas, había informado a la oficina de recursos carnales que pasaría la noche con sus pensamientos, pero que tuvieran listes a une o dos en la mañana por si era necesario. La recámara parecía extenderse hacia el infinito. Eran treinta y cuatro pasos para ir de la puerta a su cama. Otros veintitrés de la cama al armario. Era el único lugar digno para alguien como ella.

La última noche de la Mesías

Colocó sus brazales y sombrero de paja sobre el escritorio, un mueble sencillo, sin esa ostentación que se esperaría de su rango. Apreciaba el rústico escritorio y silla de madera. Sólo lo usaba para poner sus prendas al final del día, pero eso no le restaba nada, el gesto de poseerlo valía mucho. Simbolizaba que ella era una persona al igual que todas las otras personas de Borikén.

Había logrado mucho en sus veinticinco años de vida. Como la hija menor de humildes hacendados que le proveían leche a medio virreinato no se esperaba mucho de ella. Limaní, como era conocida en los viejos días, tan distante y extraño ese nombre ahora, no podía competir con sus hermanas. La mayor fue sacrificada a los trece y la del medio desde pequeña demostró poseer el genio empresarial de su madre. Limaní tenía dos opciones para destacarse, o volverse devota a su religión con la esperanza de ser obispa de algún municipio o aprovechar su fortuna para llevar una pública vida de placeres y lujurias.

Para su sorpresa, cuando apenas cumplía los dieciséis, el arzobispo le dijo que la habían descubierto como la profeta de les Politeístas Pompátiques Demagogues. El Mesías resultó ser un falso profeta y lo encontraron muerto. Merecido accidente, decían las buenas lenguas. Y ella era la candidata para remplazarlo. La mayor gloria de todas, ser la líder espiritual de Los Virreinatos. Lo único que necesitaba hacer era ganarse el corazón del pueblo. Esto no fue difícil, el falso profeta era un neo panteonista y naturalmente la gente había perdido la confianza que cuatro años antes había puesto en esta fe. Se presentó con autoridad y liderazgo y la aceptaron de inmediato. En la gran rogativa un cincuenta y dos por ciento de Borikén oró por ella.

Aconsejada por el sabio liderato pompático entendió que el pueblo necesitaba fe y esperanza para continuar. Para esto ella prometió futuros y castigó el pasado. En sus primeros meses se encargó de denunciar públicamente a les funcionarios de la religión que tuvo el poder el cuatrienio anterior. Descubrió e inventó casos contra más de la mitad de les líderes neo panteonistas. Dejó claro que el hambre, la falta de trabajos, la corrupción en todos los niveles, y la pérdida de los valores morales eran culpa de la vieja administración. El mensaje era “nosotres somos mejores que elles.”

Las cortinas, como siempre, olían a gloria. Cada una de las ocho ventanas y la entrada al balcón tenían cortinas frescas cada noche. Era uno de esos detalles que le alegraban la vida y le reafirmaban que estaba en el lugar correcto. Cuatro años atrás no estuvo tan segura. Sus actos le habían ganado enemigues. Les seguidores de la fe neo panteonista no la habían aceptado como la redentora. Esto era de esperarse. Les pompátiques no podían quejarse, había hecho de todo para complacerles. Más de la mitad del pueblo la adoraba. No tantes como cuando se convirtió en la Mesías, pero una mayoría apreciable. Lo que más le preocupaba, lo único que realmente importaba, era la opinión divina.

Cada cuatro años las constelaciones se alinean y les dioses pasan juicio sobre Borikén. Si une false profeta ocupa el trono de le Mesías, le hacen víctima de un accidente. Siempre son muertes sencillas, un tropiezo en la bañera, una acidez estomacal que se complica, una estatua que se quiebra. En sesenta años ningune Mesías había durado más de cuatro años. Limaní temía que si no era quien pensaba ser no tendría amanecer.

Recuerda con cariño la siguiente mañana. Cuando llegó a su trono el liderato pompático aplaudió al verla. Les poques neo panteonistas que quedaban, la ley requería conservar algunes, no compartieron el entusiasmo. Ese día cementó su autoridad en Borikén. Ella sí era la verdadera Mesías, elegida por el pueblo y ratificada por les dioses. Con el irrefutable respaldo divino comenzó a tomar sus propias decisiones.

El nuevo balcón era hermoso. Les arquitectes recientemente lo rehicieron y la atención puesta a los balaustres era admirable. La Mesías lamentaba que su pueblo no pudiera verlos, de seguro se sentirían felices por ella. Cuando necesitaba alejarse de sus responsabilidades para pensar en cómo salvar a Borikén venía a este lugar. Se sentía capaz en su alto balcón mirando el horizonte de edificios. Le encantaba ver a su gente desde este lugar. O mejor dicho, las pequeñas casitas en donde vivían. Se sentía vital parte del todo.

La falta de nubes dejaba el firmamento al descubierto. Los planetas estaban otra vez en posición. La Mesías no temía. Es más, llevaba semanas esperando la alineación. Los pasados meses habían sido intensos. Su nueva visión, la tercera de este cuatrienio, prometía cambios que no fueron del agrado de les pompátiques. Los nuevos impuestos le costarían dinero a algunes, la redistribución de terrenos no favorecería otres, y a nadie le gustó eso de enviar incluso más de los diezmos de las otras archidiócesis a Miraflores. Las quejas fueron escuchadas e ignoradas. Ella era la Mesías, la elegida de les dioses, su sabiduría era absoluta. Sin proponérselo había dividido a la religión que tanto le había enseñado.

Pero los conflictos serían cosa temporal. Sobrevivir esta noche le daría el golpe final a les Politeístas Neo Panteonistas y callaría a les pompátiques que la oponían. Después de hoy no habría dos religiones, sólo les Politeístas Pompátiques Demagogues y ella a la cabeza de la nación.

Se volteó al escuchar un ruido. Una figura salió de las cortinas con una daga en su mano. A pesar de la máscara que le cubría el rostro sus ojos la delataron como la guardia que velaba la puerta de su habitación, una persona de confianza, alguien dispuesta a todo por los ideales de les pompátiques demagogues. Con una patada la intrusa lanzó a Limaní contra el borde del balcón. Los recién construidos balaustres no aguantaron el impacto.

La última noche de la Mesías

En los tres segundos que le tomó tocar tierra la Mesías miró su pueblo y su torre y lamentó el gran mal que la traidora había hecho al asesinar a la única persona que podía salvar a Borikén.

Este cuento es parte de la colección 'Los Virreinatos de Borikén: Cuentos (2013)' disponible para el Kindle.

Derechos reservados: Julio A. Pérez Centeno
Última modificación: 2016