publicado el 30 de mayo de 2013
Fue en la bañera donde notó que sus manos ya no le pertenecían. El agua caliente, un poco más de lo soportable, quemaba su espalda, sus piernas, y su vientre. Metió las manos en el agua y abrió y cerró los dedos en un intento de ver si las sentía calentarse. Nada. Le pareció que la acción no había sido su idea. Supuso que tenía que ser la borrachera. No acostumbraba beber tanto. No le dio importancia y regresó a la cama.
Allí estaba Hayales, la mujer con quien vivía. Deseó abrazarla por la espalda pero las manos no compartieron su interés. Cuyón se acostó boca arriba, sus dedos se entrecruzaron, y cerró los ojos.
Al día siguiente, ya en mejor control de su mente, concluyó que sí eran entes separados con su propio albedrío. Las extremidades se movían por su cuenta e ignoraban sus deseos. Hasta se burlaban de él y lo humillaban a cada oportunidad. Lo peor de todo era que las necesitaba. Las manos lo alimentaban, lo vestían, lo bañaban, hacían el trabajo que le ganaba la vida. No existiría sin ellas. Cuando lo obedecían era porque le hacían el favor y se aseguraban de dejárselo claro. Cuyón estaba a su merced.
Una tarde, después de cenar, Hayales se levantó para lavar los platos. Su nuevo recorte hacía de su expuesto cuello el centro de atención. Las manos se preguntaron cómo sería apretarlo. Una fugaz curiosidad de sentir los músculos en sus palmas, de rodear las vértebras con sus dedos y presionar la garganta con los pulgares hasta que crujiera se convirtió en un deseo obsesivo y persistente. No podían dejar de pensar en su cuello. Cuyón pasaba sus días escuchándolas fantasear y planificar.
Estaban hablando en serio. A Cuyón no le quedaba ninguna duda de esto. Lo iban a hacer cuando se presentara la oportunidad y estuvieran seguras que podrían someterla. Era cuestión de tiempo. Lo único que él podía hacer era buscar cómo perdonarse por no haberlo evitado.
Este cuento es parte de la colección 'Los Virreinatos de Borikén: Cuentos (2013)' disponible para el Kindle.