publicado el 9 de agosto de 2012
a Cayetano Coll y Toste
Por más que nos guste pensar en el pasado como tiempos mejores e inocentes no se debe olvidar que los días de antaño fueron opacados por violentos conflictos. Muchas guerras en esos días. Eran más sangrientas escaramuzas justificadas por egos y codicia, pero les que sabían preferían la palabra guerra porque calentaba más la sangre de la población y hacía fácil el reclutamiento de jóvenes patriotas.
Sucedió que una vez un regimiento de Macao, dirigido por la general Abreca, estaba por sitiar el castillo de Polvorines en Guayaney. Este castillo estaba localizado justo en la frontera de ambos virreinatos y era considerado impenetrable. Mas la sagacidad y el genio de Abreca habían logrado que Polvorines por primera vez sintiera miedo. Todes sabían que si caía, el futuro de Guayaney entero estaría en juego.
Doña Ramona de Crastro, mujer de entrados años pero con carácter templado, tenía a cargo la protección del castillo. Lo primero que hizo fue evacuar a les civiles y darles órdenes minuciosas a les combatientes sobre lo que debían hacer. Había desarrollado contraataques a cada una de las posibles maniobras de invasión y se había preparado contra toda contingencia. Ni siquiera ella, quien sabía todo sobre el castillo y sus defensas, podía diseñar una estrategia que la derrotaría. Mas les invasores de Macao habían llegado hasta aquí y los logros de la famosa general de Macao eran cosas de leyendas. Doña Ramona sabía que no podía darse el lujo de la confianza. Siendo también una mujer de gran fe, mandó a llamar a la obispa Trespalacios para que les cielos intercedieran a su favor.
Para rogar por la salvación del castillo, Trespalacios levantó sus plegarias a les dioses y a les santes que más veneraba. Les Once Mil Vírgenes eran un grupo de jóvenes que en vida habían honrado a les dioses manteniendo puros sus cuerpos, convirtiéndoles en nada menos que santes, en vida y más todavía en muerte. No eran realmente once mil. Aun bajo condiciones ideales hubiera sido estadísticamente imposible mantener a tantas personas en la flor de la edad con los pantalones en su sitio. Eran solamente doscientas dieciséis. El inflado número fue producto de exageraciones generacionales. Tanto gustó ese nombre que incluso les jóvenes castes lo llevaban a mucha honra.
Les dioses, siendo receptáculos de la devoción de tanto Macao como de Guayaney, se mantuvieron imparciales ante lo que sucedía. Cualquier otra cosa habría sido favoritismo. A fin de cuentas, sin importar el resultado, un bando les alabaría por la victoria y el otro agradecería que seguían con vida.
Les Once Mil Vírgenes sí respondieron al auxilio de Doña Ramona y Trespalacios y se comprometieron a proteger el castillo de Polvorines. Mas su pacifismo dictaba que debían resolver el problema sin derramar sangre. Como no podían interferir directamente con los asuntos de les vives, recurrieron al engaño y la intimidación, métodos harto familiares para les fantasmas.
Entrada la noche, figuras aparecieron de la nada y se dirigieron al castillo, intentando caminar con sigilo pero sin hacerlo bien. La oscuridad no permitió que les vigías de Abreca vieran quiénes eran. Sólo notaron las pequeñas velas que usaban para guiarse.
–¿Cuántas personas entraron al castillo? –preguntó Abreca.
–Más o menos trescientas –respondió el vigía, quien siempre redondeaba hacia arriba porque prefería dar números impresionantes.
–¿Refuerzos?
–No sé, mi general.
–¿Estaban armades?
–No estamos segures. Escuchamos metal pesado, pero nada contundente.
Cuando llegaron a la entrada de Polvorines, les vírgenes regresaron a su estado natural de invisibilidad y volvieron a su punto de partida. Encendieron sus velas y otra vez caminaron hasta el castillo, asegurándose que les invasores notaran su presencia y haciendo todo el ruido que podían, chocando sus cinturones de castidad con los de les otres vírgenes.
Abreca, insegura de qué significaba esto, envió escuadrones para emboscar a los refuerzos pero fracasaron. Cada vez que se acercaban les supuestos refuerzos desvanecían. Convencida que habían al menos varios miles de soldades dentro de las murallas y una cantidad imposible de determinar en las afueras, Abreca concluyó que lo único sabio era retirarse y dar por terminada la campaña de ocupación. Un virreinato que podía enviar tantes soldades en tan corto aviso no era tan débil como aparentaba. Al día siguiente los virreinatos comenzaron las negociaciones de paz. Una paz que duró década y media. Nada mal para la época.
Con el pasar de los siglos Borikén dejó de depender enteramente de conflictos bélicos para resolver sus diferencias, prefiriendo rencillas, calumnias, chismes, difamaciones, y religioserías. El importante castillo de Polvorines, sin la importancia militar que una vez tuvo, terminó por convertirse en un enorme centro comercial. En los dormitorios de les soldades se pueden comprar todo tipo de instrumentos de jardinería. En lo que una vez fue la herrería venden ollas y utensilios de cocina tan baratos que da cargos de conciencia comprarles. El patio de armas esta repleto de pequeñas tiendas con bocadillos y chucherías que nadie necesita. En las torres se consiguen cosas más lujosas, joyería, armas de lujo, ropa fina, y mucho más. Para les niñes, la antigua capilla ofrece columpios, juegos, y piraguas de todos los sabores. Por supuesto, el comedor todavía conserva su propósito original, sólo que ahora hay que pagar por lo que se consume.
Les Once Mil Vírgenes aún están en el castillo. Rondan el centro comercial asegurándose que toda persona se sienta bienvenida y encuentre lo que necesita. Si estás en una zapatería y de la nada aparece alguien y te ayuda a encontrar el zapato perfecto, lo más probable es une de les vírgenes. Si no alcanzas esa caja de comida enlatada y una persona alta te hace el favor, a lo mejor haz visto a une virgen. Si entre la muchedumbre tu hije se pierde cuando te pruebas un traje de baño y más tarde le encuentras sane y salve, agradécele a le virgen que te le cuidó.
Con su razón de ser íntimamente ligada al destino de Polvorines, les Once Mil Vírgenes hacen lo posible para que todo negocio prospere. Cuando una nueva tienda es construida, les guardianes comienzan a hacer fila días antes de la gran apertura. Les mortales, al ver a tanta gente ansiosa de comprar en un lugar que antes no existía, también empiezan a hacer fila y se contagian de la emoción. Si hay tanta gente es por algo, asumen. Cuando la cantidad de mortales es lo suficientemente grande, les vírgenes van desapareciendo, dejando una fila de miles de compradores dispuestes a vaciar sus carteras en el nuevo negocio.
Y es así como les protectores del castillo de Polvorines, quienes una vez protegieron a todo Guayaney de la ruina total, siguen protegiéndonos hoy, asegurándose que seamos felices y disfrutemos al máximo nuestros días de compras.
Este cuento es parte de la colección 'Los Virreinatos de Borikén: Cuentos (2012)+' disponible para el Kindle. Como bono, también se incluye el primer libro de la novela 'Los Virreinatos de Borikén: La valiente aventura de Áureo Gallardo.'