publicado el 3 de diciempre de 2012
–Eso no viene, eso no viene –aseguraron las masas, usando la repetición como evidencia–. La gente siempre mucho susto mucha preparación y nunca pasa nada.
No podían ser culpades. Aunque vientos capaces de destruir casas y arrancar árboles y lluvias que no sólo desbordaban ríos sino que se los inventaban no eran cosas de juegos, por lo general no eran causa de mucha preocupación. A pesar de las alertas de les líderes, clarividentes, y científiques, pasaban años sin que uno de esos fenómenos naturales pasara por la tierra y décadas entre los que causaban serios estragos. La población en general estaba acostumbrada a falsas alarmas. Era lo cómodo.
Cejas era del tipo que prefería ignorar los avisos y evitar estreses innecesarios. Metió sus dedos curtidos en el sándwich, sacó los tomates y los pepinillos, y los tiró al suelo. El dichoso dueño del cafetín siempre hacía mal las órdenes. ¿Qué tan difícil podía ser? Un medianoche, extra mayonesa, no tomates, no pepinillos. Cejas no estaba segura si era por sordo o si por un paternal yo sé lo que te conviene más que tú misma. Ignoró las páginas del periódico que hablaban de la amenaza y se detuvo en la sección de religiosería. Tomó un mordisco de su almuerzo y se divirtió leyendo que el senador neo panteonista había sido descubierto en un motel con una cabra.
Una bandada de palomas alzó el vuelo. Las buscó con la mirada, pero el enorme árbol de mangó, parte central de la plaza y símbolo del pueblo, le tapaba la vista. El escándalo de su aleteo bastó para descifrar que se dirigían a las montañas. Observó el cielo con detenimiento. Algo no cuadraba bien. El débil eco de un recuerdo olvidado hizo que se quitara las botas. Tenía medias rojas. Un estúpido regalo que recibió hace años. Sólo se las puso hoy porque no tenía nada limpio. Envolvió el sándwich, puso uno de los frutos caídos en su mochila, y corrió a su trabajo.
Con la excusa de una hija enferma dio por terminado su día laboral y se dirigió al supermercado. Mientras la joven y desnutrida yegua marchaba, Cejas leía lo que se esperaba del temporal. Vientos de tantas millas por hora, tantas otras pulgadas de lluvia, toda la noche y parte de la mañana. No tenía ni la más mínima idea de lo que significaban esos números, carecía del marco de referencia.
El supermercado estaba tranquilo. Les que se preparaban con tiempo ya lo habían hecho y les que dejaban todo para última hora no se movilizarían hasta que las palmas comenzaran a sacudirse. Desconocía qué y cuánto necesitarían para prepararse, este era su primer cataclismo como adulta y no recordaba qué había hecho su familia. Sabía que las carreteras se arruinarían y ríos se desbordarían. Su esposo e hijes necesitarían sobrevivir hasta que los servicios se restablecieran. Puso cuanto alimento enlatado, agua, vela, leña, y aceite encontró en su carrito de compras. Estaba comprando demasiado. Mejor que sobrara.
En la caja registradora había un estante con juguetes de mala calidad. Las tiendas las colocaban ahí de manera abusiva. Les niñes rogarían y demandarían tonterías a padres y madres que ya estaban por gastar más de lo que debían. ¿Qué importaba un guanín o tres más? Cejas siempre había estado orgullosa de su capacidad de negarse a los caprichos de sus hijes. Le era fácil decirles no. Agarró lo que asumió les gustaría y ceremoniosamente los puso al final de la larga lista de víveres por comprar.
–¿Qué haces aquí a esta hora? –preguntó Piñas, viendo extrañado todo lo que su esposa había traído. Tenía bolsas del supermercado, la ferretería, y la casa agrícola. No se atrevió a preguntar cuánto gastó ni cómo pagó.
–Pedí un adelanto –respondió, poniendo el recién adquirido martillo y cincel en su mochila–. Hay que prepararnos pa’l temporal.
–Ya compramos lo básico. En el peor de los casos llueve y esta zona no se inunda.
–No estamos listes por si viene de veras.
–¿Qué es eso? –preguntó.
–Una ballesta –respondió–. La gente se pone violenta y estúpida. Tú has leído las noticias, se han matado por un saco de hielo. Esto es para proteger a les nenes y la comida.
–¿Tú sabes usar esa cosa?
–No –respondió Cejas, pasándole el arma–. En lo que yo refuerzo la casa vete al patio de atrás a practicar.
Pasó el resto de la tarde entablando las ventanas y cubriendo el techo con un toldo impermeable. La casa entera, con la excepción del cuarto matrimonial, era de madera con un techo de zinc. Se suponía que el plan fuera poco a poco ir haciendo las mejoras del hogar, remplazando la madera barata por concreto, pero nunca se dio el tiempo ni el dinero. Prefirió gastar en vacaciones e idas a comer. El dinero es para disfrutarlo, le decía a su esposo, al final lo que nos queda es lo vivimos, no dónde vivimos. Ya no estaba tan convencida de esa filosofía. Los vientos si venían con fuerza derrumbarían la residencia.
Después de cenar pasaron las horas de la noche jugando juegos y recordando en su habitación. Cejas se aseguró de contar historias de cada una de las personas en su familia. No quería que nadie se sintiera abandonade. Afuera el clima arremetía con más fuerza de lo pronosticado. Las aguas golpeaban el techo y las paredes como si fueran piedras. Algunos árboles perdieron la batalla y fueron desenterrados. El destino de la casa todavía estaba por verse. El cuarto resistiría, de eso no cabía duda. Cejas se tranquilizó al saber que elles estarían bien y que tendrían lo necesario para sobrevivir y defenderse. Poco a poco el sueño venció el miedo causado por el mundo exterior. Desde una silla, abrazando con fuerza su mochila, Cejas observaba a su familia dormida. Les miró por tanto tiempo que la imagen se le quemó en su memoria y eventualmente también perdió el sentido.
Despertó rodeada de húmeda maleza. Los arbustos se sacudían con las sabandijas que se escurrían, alejándose de la repentina intrusa. Caminó por horas y comprobó que seguía en el mismo lugar. Las montañas eran las de siempre y las plantas eran las que crecían en el pueblo en donde se crió. Parada en donde algún día sería el corazón del pueblo terminó de comerse el mangó y tiró la semilla al suelo.
Tenía apenas doce años cuando pasó el temporal anterior. A falta de buenos refugios, su familia se escondió en una de las cavernas locales. No fueron les uniques, muches de su barrio también estuvieron allí ese día. Cejas no recordaba mucho de aquel evento, había sido demasiado pequeña para darle la importancia que se merecía. Mientras les adultes miraban las nubes, prediciendo lo que pasaría, ella y sus amigues se adentraron para ver qué descubrían. En el fondo encontraron algo gravado en la roca.
Otra vez frente a aquella pared en la caverna, Cejas consideró qué era lo más apropiado. Ignorante de las posibles repercusiones, no se atrevió a cambiar nada. Sacó su cincel y su martillo y escribió:
Durante el medianoche, cuando las palomas huyan a las montañas, tú llevas medias rojas.
Este cuento es parte de la colección 'Los Virreinatos de Borikén: Cuentos (2012)+' disponible para el Kindle. Como bono, también se incluye el primer libro de la novela 'Los Virreinatos de Borikén: La valiente aventura de Áureo Gallardo.'